
ELNUEVOHERALD - Dora Amador
El artículo How Doctors Die, de Ken Murray, publicado en el blog Zócalo Public Square, ha despertado un interés asombroso aun en el mismo autor, y se propaga por Internet como una luz –la luz de una verdad al fin revelada– que ojalá resultara en un verdadero despertar de la conciencia de los estadounidenses acerca de la muerte.
“No es un tema frecuente de discusión, pero los médicos también mueren…”, escribe Murray, profesor de Medicina Familiar en la University of Southern California. “Lo que es inusual acerca de los médicos no es la cantidad de tratamiento que reciben en comparación con la mayoría de los estadounidenses, sino lo poco. Por todo el tiempo que pasan retrasando la muerte de los otros, tienden a ser bastante serenos ante su propia muerte. Ellos saben exactamente lo que va a pasar, saben las opciones, y por lo general tienen acceso a todo tipo de atención médica que deseen. Pero no la quieren, se van suavemente”.
Por irse “suavemente” el doctor Murray quiere decir que los médicos deciden sabiamente no morir desbaratados y ultrajados física y mentalmente por la violencia que se le ha hecho a sus cuerpos intentando salvarles la vida cuando se sabe que será inútil. El abuso y el sufrimiento que padecen millones de pacientes estadounidenses por la obsesión que tienen ellos o sus familiares con que se les alargue la vida lo más posible es el espejo de una sociedad verdaderamente enferma. La monstruosa maquinaria del “sistema” compuesta por médicos hospitales, farmacéuticas, la industria corporativa que fabrica aparatos de alta tecnología científica, etc. que se ponen al servicio de “salvar” vidas de pacientes terminales, lo hacen con un solo objetivo: aumentar sus ganancias.
Debo aclarar aquí que son muchos los médicos que optan por hablar honestamente con los familiares y el paciente y no quieren participar en la terrible farsa de prolongar una agonía, pero no se les puede culpar si los familiares del moribundo insisten en que lo haga, lo más que puede hacer es dejar el caso en otras manos profesionales. Es un dilema doloroso para ellos.
Los médicos saben los límites de la medicina moderna. Y cuando se trata de sus vidas y les llega su hora, quieren estar seguros de que no se van a morir perforados con tubos conectados a máquinas, o hecho unas piltrafas después de haber recibido un exceso inhumano de quimioterapia a sabiendas de que no va a vivir mucho más, o que la calidad de vida será horrenda.
De acuerdo con Murray él ha sido testigo de intervenciones “invasivas” médicas para prolongar una vida “que no se le infligirían a un terrorista”. Por supuesto, los médicos no le hablan de esto a los pacientes, pero entre ellos mismos es un tema candente. Murray cuenta que ha visto a un buen número portando medallones con el sello de “ No Code” (Orden de no reanimar o intentar resucitar si se está muriendo), incluso los hay que han formulado claramente que no quieren que se les aplique el CPR (Resucitación cardiopulmonar).
Estoy en contra de la eutanasia, pero igualmente lo estoy de la distanasia, que es el tratamiento terapéutico desproporcionado que prolonga la agonía de enfermos desahuciados. Ambas son éticamente inaceptables. Pero para nosotros los cristianos hay una razón más poderosa: están en contra de Dios, que es el que nos da la vida y dicta en secreto –a veces no tanto–, la hora de nuestra llamada muerte, que para el creyente es el nacimiento a la verdadera vida, vida eterna junto a Dios.
Por eso si me es posible, optaré –y lo tengo por escrito en un living will que he firmado y entregado a mi gente más cercana– por los cuidados paliativos que son los cuidados de alivio, y prevenir y tratar los síntomas que aparecen en forma corriente en el proceso de la muerte, como dolor, náuseas, vómitos y disnea. En mi caso personal añado la visita de un sacerdote para la confesión y la unción de los enfermos.
Entonces, que me dejen ir, porque estaré en paz, con la gracia de Dios, porque creo firmemente lo que dijo San Pablo: “Considero que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que nos espera y que ha de manifestarse. –Romanos 8:18.
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